Iba caminando por Talcahuano. Había salido de la confitería con unos sanguchitos que llevaba para la reunión. Venía tranquilo, aprovechando la soledad del centro después de que baja el sol.
No sé si por venir pensando en cualquier cosa, o por pensar en todas, pero lo cierto es que mi pie derecho resbaló sobre un desnivel del cordón. El tobillo no aguantó, y en un segundo estaba en el piso. Fue todo muy rápido, y lo primero que vi, o que pensé, fueron los sanguches aplastados y deshechos por el golpe y el peso de mi brazo izquierdo. Fue todo en un segundo, y después de eso tenía que haberme parado. En lugar de eso, me quedé ese segundo tirado en el piso, mirando el paquete, imaginando el estado de los sanguches adentro. Y me puse a llorar.
No sé, supongo que llorar no tenía mucho sentido, supongo que no lloraba pr los sanguches realmente, pero en ese momento sentí que los sanguchitos importaban mucho, y que una vida no podía ser más miserable, porque cuando creías que tenías todos los problemas, pero que iban por dentro y no se veían, encima se venís a caer y tirás los sanguchitos, y además de hacer papelón sentís que la vida se te caga de risa en la cara, te moja la oreja, te desarma los sanguchitos. Y encima, iba a tener que ir a comprar otros, o llegar con las manos vacías. Y ninguna de las dos estaba bien, y ninguna de las dos situaciones era justa, pero así estaban las cosas. Y yo tirado en el piso, llorando.
En menos de un segundo, sin que me diera cuenta ni supiera cómo ni por qué, aparecieron personas. Se pararon alrededor del caído con cara de preocupados. Habrán seguramente pensado que me había lastimado, o que algo me dolía. Era en vano explicarles. Me preguntaron, por supuesto, si me había lastimado o si algo me dolía, pero yo pensé que dar detalles habría sido sólo una complicación. O en todo caso, no pensé que pudieran entenderlo. Y yo ya tenía bastante con mis cosas y los sanguchitos como para además tener que exponerme a aquello.
Repetí varias veces que estaba bien, y al final, supongo, se convencieron de que estaba loco o borracho. Un señor, que había agarrado los sanguchitos, me los entregó con gesto tímido, y una chica con cara de miedo me ofreció un pañuelo de papel, que acepté. Después se fueron.