Eso fue el día que había comprado las zapatillas rojas, que me apretaban un poco pero las compré igual, porque queriá unas rojas, para competir con el novio de Yamila, que medio se hacía el importante; y no era por las zapatillas rojas, pero tener unas zapatillas rojas podía ayudar a competir. Aunque seguro que al novio de Yamila no le apretaban. Más bien él se la apretaba a Yamila, por ese lado iba. Y ella lo apretaba a él, también, como las zapatillas a mí.
Nada más que Yamila no era ni roja ni colorada, sino más bien morocha. Pero a veces se ponía colorada, sí. Pero no en el pelo, sino que tomaba color en la cara, cuando algún chico le decía algo. Yo quería decirle algo, siempre, pero no me salía. Conmigo, más que ponerse colorada, se reía. A veces pensaba que se reía conmigo, a veces, de mí... Seguro se hubiera reído de saber que me apretaban las zapatillas rojas, pero yo nunca le dije...
Igual después las perdí a las zapatillas, en un campamento, que no sé dónde las dejé, y las volví a buscar, y no estaban más. Y ese fue el trágico final de las zapatillas rojas. Yo espero que al amigo de lo ajeno que se las quedó le hayan apretado también, y peor. Pero también pienso que capaz las agarró alguien que le quedaban bien, y entonces también estaría bien, porque si alguien pudo aprovecharlas mejor que yo...
Como a Yamila, que la aprovechaba el novio, y los chicos que le decían cosas, y la miraban, y yo que era un ganso y no me animaba, no la aprovechaba nada...
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