Historias que no llevan a ningún lado: Roberto

Roberto


Roberto manejaba un taxi. Tenía una mujer en la casa, y dos chicos en el colegio. Paraba un par de veces al día a tomar café y contar historias fantásticas sobre viajes a Ezeiza o pagos en especias a manos de prostitutas hermosas.

Roberto salía de caño, a conseguir unos manogs para lo que fuera necesario. Tenía mamá y papá, una mujer, y cuatro chicos (aunque no estaban en el colegio). Paraba varias veces al día a tomar con los pibes, y devolvía a los suyos los golpes que su padre y la vida le habían dado. Había habido tiempos de hacer changas, pero ya no, dejaba más el caño.

Un día que Roberto andaba en lo suyo, buscando algo, lo encontró. Roberto paró el tacho, y Roberto, aún con desconfianza, con esa que te da mirar mucho la tele (y andar en la calle), paró el tacho. Roberto indicó el destino, y allí fueron. Allí iban. Como a mitad de camino, en una ochava oscura en la noche oscura Roberto frenó. Sintió el frío del caño, y se paralizó.

Dame la guita, dale. La instrucción fue clara. Pero vaya uno a saber qué mierda se le pasó a Roberto por la cabeza, que se le dio por hacerse el loco, darse vuelta, y tratar de…quién sabe qué. De ahí al miedo hubo un segundo, y de ahí al disparo, otro. Tal vez dos, o tres. Roberto sintió miedo, mucho miedo.

Un poco después, Roberto despertaba en una sala de hospital, entendiendo poco más que el hecho de que estaba en una sala de hospital. En seguida entendió que tenía dos disparos en el pecho, y que, pese a todo, había vivido para contarlo, como dicen las señoras en el barrio donde vivía Roberto. Que para qué te hiciste el héroe, que por qué, que esto y aquello.

Roberto tuvo que contar la anécdota un par de veces, cada vez alterando una pequeña parte, un detallito, para hacerla más interesante, al menos para él. Había sido su primera vez, y durante algún tiempo, es lógico, no había podido dejar de pensar en el asunto.

Pasó el tiempo, como siempre pasa, impiadoso, indiferente, y las cosas volvieron a su curso habitual. No todo era lo mismo, no, pero había que seguir. Y Roberto siguió.

Y quiso un día el destino, cruel y bandido como es, que Roberto, laburando, lo viera al otro. Era de noche, de nuevo, y era una ochava, igual de oscura. Un taxi se subió a la vereda, y esta vez no hubo hospital para Roberto, sino una fría cucheta en la morgue.

Cuando le preguntaron, Roberto dijo que fue un accidente. Y todos le creyeron. Ahora Roberto hace el turno de día en el tacho.

(La historia me la contó AEZ, y a él se la contó Roberto; si la hice mierda, les pido perdón)

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