Historias que no llevan a ningún lado: Invasión

Invasión

Eran las once de la noche, más o menos, cuando sonó el portero en el sexto piso, la casa de Juan. Juan estaba mirando la tele, con la mujer, y no había pedido comida, de modo que un poco se preocupó. Otro poco se preocupó cuando la voz de una vecina le dijo que bajara, que tenían que ver un tema (y aunque no lo dijo, se leía un "urgente").

El tema resultó ser que en el baldío que estaba al lado del edificio de Juan, que estaba en un barrio que ni muy muy ni tan tan, habían aparecido algunas cosas, que una chica de otro piso había visto a alguien traer. Las cosas en cuestión eran, básicamente, maderas (varias maderas), chapas (algunas chapas) y hasta un colchón. ¡Un colchón!

En el hall del edificio estaba la mayoría de los vecinos, incluídos Daniel, que nadie sabía bien qué hacía ahora, pero que había sido policía y estaba casado con una chica que era cirujana plástica, la chica que había visto a un alguien traer las cosas, y por supuesto, la señora que le había tocado el timbre a Juan. Y además había otros vecinos.

La situación era alarmante: alguien pensaba invadir el baldío de al lado. Algo había que hacer. Hubo todo tipo de opiniones, desde que había que quemar todo, hasta que nadie tenía derecho a hacer nada porque no eran sus cosas. Algunas opiniones fueron muy estúpidas, realmente, pero no podía dejarse la situación sin resolver, de modo que se debatió hasta el consenso.

Como a los treinta minutos del nuevo día se decidió entrar al vecino baldío, tomar las cosas, y gentilmente guardarlas en el cobertizo que había en el jardín del edificio de Juan, y estar alerta (alguien usó esa palabra). Se decidió entonces usar la escalera que estaba en el citado cobertizo para ingresar al baldío, y tomar las cosas.

Se organizaron entonces tres grupos. Uno debía entrar al baldío, y pasar las cosas al segundo equipo, que a su vez pasaría estas al tercer grupo, encargado de llevarlas al mentado cobertizo. Incluso alguien trajo una de esas luces para trabajar de noche, para trabajar de noche, porque mucho no se veía en el baldío. Los equipos se alistaron, y se pusieron a trabajar.

Como a la una y media, aproximadamente, en plena tarea (¡eran muchos listones de madera!) el equipo tres se paró, el equipo dos se paró, y el equipo uno…se preguntó qué pasaba que el equipo dos había dejado de recibir los listones. Esto, a la vez que veían luces azules pegar en las paredes del edificio de Juan. Efectivamente, algún vecino preocupado ante la posibilidad de que invadieran el baldío, había llamado a la policía.

Daniel, que había dejado de lado su idea original –aunque un poco a regañadientes– de prender fuego todo, y había sido policía, medió con los oficiales. Les explicó claramente la situación, les contó qué hacían, y por qué; les contó lo que la chica había visto, y los temores que tenían. Los oficiales fueron claros: estaban haciendo lo correcto. Ellos mismos iban a quedarse a vigilar, para ver que no pasara nada, para que pudieran terminar pronto y sin problemas, que al otro día, después de todo, había que ir a trabajar.

Como a las dos y media, o tal vez tres menos cuarto, el asunto estaba terminado. En el baldío no quedaba nada, y lo que había estado ahí, descansaba ahora, que era de noche, en el cobertizo. Antes de irse a dormir, alguien mencionó que tal vez sería una buena idea intentar contactar al dueño del baldío, quien quizás pudiera estar interesado en saber que tal vez alguien estaba interesado en invadir su terreno. Sin embargo, los más experimentados dijeron que con anterioridad lo habían intentado, pero sin éxito, y que la empresa era en vano, ni siquiera las inmobiliarias del barrio, a donde ya se había consultado, tenían ningún dato del dueño.

Ante esta novedad, alguien propuso que, en tales circunstancias, lo mejor era tapiar el baldío, que hasta entonces tenía, por toda entrada, una fachada de chapas donde los pibes pegaban carteles de partidos políticos o bandas de música tropical (o algún otro estilo tal vez). Nuevamente hubo opiniones encontradas, pero a las tres de la mañana muchas opiniones no se encuentran. Quedó decidido entonces que el consorcio afrontaría los gastos de materiales y mano de obra, que sería tercerizada, y se tapiaría el baldío. Se asignaron tareas, y el asunto quedó resuelto, y todos pudieron irse a dormir tranquilos, ya que después de todo, al otro día había que ir a trabajar.

Al día siguiente, cada uno hizo sus deberes, y se encargó el material, ladrillos, cal, cemento, arena, y todas esas cosas, y se contactó a un obrero de la construcción que estaría a cargo de levantar la pared. Al día siguiente a éste llegaron los materiales, y al otro, iba a ir el albañil.

Y justo ese día, temprano en la mañana, antes de que llegara el albañil, alguien recibió una llamada. Era del dueño del baldío. Había ido al baldío, y había visto que sus cosas habían desaparecido. Las había dejado ahí porque pensaba construir, y estaba preocupado de que hubieran sido robadas. Fue a la comisaría correspondiente, y ahí le aclararon el asunto. Se concertó una reunión para esa misma noche, con el dueño, y los vecinos del edificio de Juan.

Los vecinos volvieron a exponer sus motivos y sus miedos de invasión. El dueño escuchó atentamente, y fue categórico: habían hecho lo correcto. Dijo que él habría hecho lo mismo en su lugar. Todos estuvieron contentos, y el dueño, que pensaba construir, decidió comprar los materiales que los vecinos habían comprado, y pedirles, si les parecía bien, el número del albañil.

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