Historias que no llevan a ningún lado: Fabio

Fabio

Fabio arrancó el turno a las 6 puntual, como todos los días. Llegó unos minutos antes, saludó a todos (que eran pocos, y estaban bastante cansados y dormidos) y se cambió. Dejó las ropas de la vida en el locker, y se puso el uniforme, para estar a la altura de todos los demás (aunque no de los jefes, que no usaban uniforme). Cuestión que a las seis estaba subiendo a la unidad.

Mario, que se la entregaba, le avisó que la máquina a veces se trababa con las monedas de cinco, y que ya había avisado. Le dijo también que le habían ajustado los amortiguadores, y que se fijara, que cabeceaba mucho al frenar. Dale, gracias, nos vemos, chau viejo, suerte, buena jornada, y adelante. Le esperaban a Fabio doce horas de idas y vueltas, y a Mario una mujer recién levantado, y unos chicos preparados ya, si todo iba bien, para ir al colegio. Para cuando volviera él iba a estar ya levantado, pero a punto de irse a laburar de nuevo.

Fabio miró la planilla, chequeó los horarios, y salió, a horario. La primera vuelta siempre era la más fácil, porque no había mucha gente, y todavía se podía estar tranquilo. Además, iba a contramano del mundo. La vuelta era ya un poquito más movida, y la otra vuelta, directamente el infierno. Para todos.

Para los que salían era el infierno porque tenían que ir a laburar. Mal dormidos, cansados, con quilombos, poca guita en el bolsillo, y poca guitar por ganar. Para él…bueno, todo esto, más los autos, la máquina, la otra máquina de la tarjeta que habían puesto hacía poco (ahora tenía que manejar dos teclados, no ya uno sólo), las puertas, los espejos, el horario, los motoqueros, mil cosas.

Además la prmiera vuelta era de noche. En invierno, claro, después ya empezaba a aclarar más temprano. Encima en Once estaba, en la primera vuelta, el pelotudo del Chino, que no le ponía nada de onda a los horarios, y se ponía a cortar boletos en la puerta. Vendelos antes, loco, para eso te pagan, no para mirarle el culo a las minitas…Pero bueno, ya está, qué te vas a hacer malasangre...

La primera vuelta anduvo tranquila. No había mucha gente, y se manejaba bien.

Para cuando llegó al final estaba despierto ya. Tuvo que despertar a un choborra, que sin más se subió al que justo salía. Lo movió desde el hombro y le dijo que estaba en la terminal, que tenía que bajar, maestro. El pibe no atinó ni a contestar, se bajó como pudo, después de mirarlo con cara de desconcierto, y se tomó el que rugía justo al lado. Fabio bajó, y usó tres minutos de su descanso para pedirle a Chicho un cortado y una de manteca. Mientras Chicho servía fue al ñoba, y para cuando volvió el cortado estaba tibio, y le quedaban tres minutos de descanso. Tragó casi sin masticar, y salió.

La vuelta de esa primera vuelta ya vino un poco más cargada de tránsito y gentes, pero como iba para el otro lado, anduvo bien. Los que volvían del yugo iban dormitando, y no se enteraban de nada. Ni fuerzas para quejarse tenían, ni aunque hubieran tenido ganas.

Cuando llegó a la terminal tuvo que clorear de nuevo, se ve que el café. Uno pensaría que un cafecito, dale, mirá que te va a dar tantas ganas de mear, pero bueno, a la mañana andá a saber, capaz es que te baja lo de la noche, no sé, le contaba Fabio a otro, que la verdad, ni el nombre sabía. Fabio miró el reloj: ocho cuarenta y dos. Los pibes ya deberían estar en el colegio. Y él ya debería estar en el bondi, que hablando con el fulano se le habían pasado dos minutos, valiosos por cierto.

Ya salió con los asientos casi completos, y en la parada que está a la vuelta se morfó unos lindos cuatro minutos. Subió bastante gente, muchos con monedas. Si había tarjeta, ¿por qué la gente insistía con las monedas? Se retrasa todo, papi, dale, que vengo atrasado y todos tenemos que laburar, ¿sabés? Subió mucha gente, pero no más de tres saludaron. Fabio siempre pensaba en eso, porque no entendía. Si vas a la panadería, al entrar decís "Buen día" (o algo así). Si vas al almacén, igual. Si vas…bueno, así podía seguir un rato (en general, cuando había otra gente, lo hacía, sobre todo en las reuniones familiares o cosas por el estilo, donde muchos disfrutaban de ponerse a filosofar; y él, que no había estudiado ni entendía mucho, tiraba un tema para mostrar que de algo sabía, y que los demás pensaran también, y a ver si la próxima vez que suben al bondi dicen buen día, manga de pazguatos). La cuestión es que la gente no saludaba al colectivero.

La avenida era un bardo, llena de autos y motoqueros. Los automovilistas eran en general bastante pelotudos, pero no había mucho problema, porque eran fáciles de ver, y le tenían miedo al bondi; y además, si los tocabas, bueno, nada lo de siempre, un toque, en fin, ya fue. Además, si te hacés el duro, muchos se comenlos mocos y se acabó (igual Fabio había tenido nomás dos toques en diez años). Pero los motoqueros son un peligro. Van de acá para allá, cruzándose como locos, y ni miran, y encima andan todos porreados ( hijos de puta, cuando pasás por la plaza los ves quemando churros a las diez de la matina!) y basta que los toques para tener un lindo quilombete. Y si lo llegás a lastimar, ¿qué ahcemos?

En cada parada dos horas, lo mismo de siempre. Gente que sube, que las monedas, que la embarazada, que el asiento, que hay lugar en el fondo (igual Fabio nunca hacía eso de gritarles que en el fondo había lugar, era re mersa eso; pero capaz, si le tocaba un pasaje de putos que no quieren amucharse, esperaba la ocasión y les clavaba bien los frenos, y después una buena acelerada, y listo, a ver si te vas a correr o no, la concha de tu madre...), que tocás el timbre dos horas, que si uno diez o uno veinte, que hasta donde vas (no porque a él le importara, pero dale, que algunos se hacen los pelotudos y piden de diez y es de veinte, y no es que a mí me moleste pero no seas rata, loco, que por dié guita, sacá lo que corresponde, viste?).

Era más de lo mismo igual. Mientras no se trabara la máquina, o ninguno armara bardo, era más de lo mismo. Así que llegó al final de la segunda vuelta sin novedad. O sea: sin tiempo de descanso, pero eso no era novedad. Había llegado el jefe, además, porque ya eran más de las diez, así que ni tiempo de nada: llegar y salir.

Y ya después fue todo un bardo. La vuelta empezó como siempre, hasta que subió la vieja que insitía con las putas monedas de cualquier color, entre las que, obvio, había de cinco, y la máquina de mierda se trabó, y ahí es poner el bondi en neutral, levantarse, golpearla, lo mismo de siempre, y al final deje, señora, pase, y ya estás re atrasado, y la avenida es un quilombo, y encima empieza a pegar el sol y el bondi se va calentando, y el flaco que se hace el dormido, y que a ver si le dan el asiento a la señora que está con un nene, y esas cosas.

Llegó atrasado, pero medio que todos ya sabían que los horarios son así, y que está todo bien, hasta que está todo mal. Empezaba a picar el bagre. Fabio miró el reloj. Los chicos debían estar comiendo, pero a él le convenía comer en la otra punta: estiraba un poco el hambre, y de paso ahorraba unos mangos, porque allá estaba la vieja que vendía los sánguches, que no tenían mucho atroden, pero eran más baratos. Si tomabas agua del bidón, ahí te ahorrabas unos mangos más.

La vieja no estaba igual. Había llegado re antojado de uno de salame de la vieja, pero no estaba. La mina era así, iba siempre, pero a veces no iba. Media terminal esperando a la vieja, y la mina no iba. Después te venía con cualquier gilada, pero loco, me estoy cagando de hambre, dónde está la vieja y la puta que lo parió…Má sí, se fue a la vuelta y se mandó uno de mila completo (cosa que horas después lamentaría).

Fue con la mila atravesada y el sol pegando a pleno que se tomó con los amigos piqueteros de siempre y la concha de sus madres, vayan a laburar, hijos de una gran puta! Ustedes muy divertidos tocando el bombo y yo me quedo sin descnaso, soretes, y la gente se pone fastidiosa, y andá a gastarte el plan trabajar en vino, hijo de puta, y dejame laburar, que a mis hijos no los mantiene Cristina, ¿sabés? Venía del orto ya. No importa cuántas veces te pase, cada vez que andás a paso de hombre (con suerte) porque a estos pibes se les ocurre, porque no tienen una mierda mejor que hacer, cortarte una calle, te ponés del orto. De hecho, pasó tres paradas de largo. Igual llegó tarde.

Obvio que lo primero que hizo el chancho cuando llegó fue decirle que venía retrasado. Menos mal, porque no se había dado cuenta. Pero y qué querés. Pero sí, bueno, pero no. Andá a la mierda, por adentro. Un clorito y a darle de nuevo. Aunque para el otro lado era un poco más tranqui. Los chicos debían estar saliendo del colegio.

Y cuando los chicos salen del cole, obvio, todas las madres se visten de doble mano. Andá a laburar, concheta hija de puta, sacame la cuatro por cuatro de la calle, dale! Cuatro es la…bueno, nada, ya fue…Ahora de paso suben los pendejos que sacan escolar. Primero los dejaba pasar, pero justo un día que no daba para nada lo enganchó un chancho, y le vino con el discurso ese de siempre. Listo, ya está, no pasa más nadie, sacá escolar, nene, dale, que vengo complicado.

La útlima vuelta no fue en sí tan jodida, sino que relamente Fabio estaba cansado. Pensó en tomarse un cafecito al llegar, pero pensó en el bolsillo, los pibes, la casa, y se fue saludando con la mano. Mientras viajaba en el tren, calculando cuánto faltaba para llegar, y pensando que ojalá que la bruja haya preparado algo rico, se le ocurrió pensar en toda la gente que había visto ese día.

Había visto mucha gente, pero había estado más solo que nunca. Tan solo como cualquier otro día. Mirando por la ventana se le ocurrió pensar que tal vez tenía que poner una panadería, o un almacén, o…bueno, así podía seguir un nrato.