Historias que no llevan a ningún lado: Boca

Boca

Yo estaba en la secundaria, no sé qué año, y era horrible, como siempre fui, para jugar a la pelota. y no sé ni cómo ni por qué (creo recordar que porque nos habían —al grupo de losers— dejado afuera del equipo, y queríamos participar, y para joder y no darles el gusto de que por culpa de ellos nos quedáramos sin jugar) yo aparecí en un equipo que no tenía ninguna chance de pasar del primer partido en este campeonato que se había armado en el colegio, un sábado. Obviamente pasamos el primer partido, y el segundo, y el tercero. Ni sé cómo. Nadie sabía cómo. 

Se hizo de noche, y los que no se habían ido se habían quedado a ver la final. El fiuxture era sencillo, de dos llaves, y en esta final, nuestro equipo (ni siquiera recuerdo el nombre) se encontraba con el finalista de la otra llave. Los demás partidos se jugaban en la cancha «chica», las finales, en la cancha «grande» (que era, en realidad, la suma de las dos canchas pequeñas; o tal vez fueran estas mitades de la primera, quién sabe).

Noche, cancha larga, luces en el estadio, las tribunas repletas, y dos equipos cansados de jugar toda la tarde. Y recién entonces le prestamos atención al otro equipo. Habían ganado todo, pero eso no nos asustaba, porque nosotros, contra todas las leyes de la naturaleza, también habíamos ganado todo. Tenían todos indumentaria deportiva, si se entiende lo que digo. Nosotros estábamos como siempre, de potrero, pateando unas redondas. Estos pibes tenían botines, cortos de marca, remeras de clubes. Otro nivel.

Yo era pésimo, no sabía hacer nada. Lo único que se asemejaba a algo útil dentro de la cancha era estar abajo y molestar al adversario, estorbar a más no poder, con un poco de suerte, tirar la pelota afuera. Si no entraba en el arco, estaba bien. A diferencia del resto de mis compañeros, a mi no me importaba en lo más mínimo el asunto, ni siquiera el fútbol. Todos —incluso los que estaban en las gradas— tenían claro la proeza que ya habíamos conseguido al llegar a la final (el equipo que nos había dejado de lado había perdido ya, vayan para casa a tomar la leche, chicos, gracias, la próxima vez será...)

Llegó el momento, y la instrucción fue clara: no te despegues del de Boca. No te le despegues. Fenómeno, eso es fácil, eso lo puedo hacer sin problemas. Donde va él, voy yo, mirá qué fácil. Con tal que no me despegue, y le estorbe, el resto de los muchachos se ocupará del resto. Fenómeno.

Empezó el partido, y yo, fiel, leal, cumplidor, responsable, me pegué a Boca como sanguijuela. Tenía una de Boca de tela gruesa, de las viejas, de más violeta que azul, de más yema de huevo que oro. Donde iba Boca, iba yo. Pegado. Incluso cuando no estaba la pelota ni a dos kilómetros. Boca me miraba intentando descifrar si yo era idiota, o —por el contrario— muy muy vivo, y le estaba haciendo la psicológica. Nada más alejado, mi amigo, yo era nada más un peón responsable.

Boca me bailó toda la noche, me tuvo de aquí para allá como perro bobo, no me dejó tocar una pelota, hizo lo que quiso, como quiso, cuando quiso. No creo que nadie se haya sorprendido ni decepcionado. Ni siquiera yo, que hice lo mejor que pude.

Hay un momento que inevitablemente recuerdo, sin embargo, como de profunda frustración. Tal vez en ese momento Boca me haya ganado la batalla.

La pelota estaba en campo adversario, y Boca, cerca del área, pidiendo. Yo, atrás de él, pegado, como dije, lo mejor que podía. Él se movía un centímetro, yo me movía un centímetro. No podía fallar. O podía fallar... De la nada apareció la pelota, venía de lejos, en nuestra dirección. Pasada. Miro la pelota, tanteo a Boca, tengo todo bajo control, se va por arriBoca hace un amague a la derecha gira por la izquierda pica toma el balón queda sólo con el arquero el defensa no reacciona amague finta derecha toque gol.

Para cuando entendí qué había pasado, ellos ya estaban todos aunados en un abrazo glorioso, festejando. Yo miraba perplejo. Pedí perdón, pero no importó. No importó porque nadie pensaba que tuviera que disculparme, y porque nadie esperaba más que eso de mí, y porque mi orgullo ya se había desintegrado y era sólo una sombra, un aroma rancio, un eco lejano.

Boca, te felicito, sos un campeón, bien jugada, te felicito, hijo de remil putas, la concha de tu madre...

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