Historias que no llevan a ningún lado: Un vaso con agua

Un vaso con agua

Una vez me convidaron de una botella, un obsequio, de un agua que, me dijeron, era más cara que el champagne. La internel lo confirmó.

Por supuesto, no más cara que el mejor champagne, pero la comparación se entiende. Tan de pobre era —y es— nuestra naturaleza, que guardamos la botella, intacta, para una ocasión especial. Como suele suceder, la ocasión especial que le hace a uno pensar que debe destapar esa botella, nunca llegó. Hasta que un día, cansados de ser tan pobres, la abrimos. Estaba vencida.

Era originalmentegasificada, pero la habíamos dejado en la heladera tanto tiempo, que al final, había perdido el gas. Por lo demás, tenía rico gusto, pero mi pobre paladar no podía encontrarla más cara que el champagne.

Pasaron años, y la cuestión se añejó hasta llegar a ser anécdota. Pero como siempre, quien sea se toma revancha.

La semana pasada fui a mi primera clase con una nueva alumna, que muy amablae, como suelen ser mis alumnas, me ofreció algo para tomar. Huelga decir que a su ofrecimiento de té y agua terminé por decir que sí, y que la bandeja de plata que llegó a la mesa tenía una linda tetera, dos tazas con sus platos, una azucarera, cucharas, unas cuestiones para poner los saquitos, servilletas, dos vasos, y una botella de aquella agua.

Ah, pero esta era sin gas.

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