Pablo trabajaba conmigo. No diría que éramos amigos, porque eso en un trabajo, es difícil. Digamos que éramos buenos compañeros de trabajo. Sin embargo, a mí me conmovió el día que me avisó que se casaba, y me dijo que quería que estuviera en su casamiento. Qué lindo gesto... casi culpable me sentí...
Me llamó la atención que no hubiera la típica invitación, la formalidad, etc. Pero a veces pasa así. Estaba invitado a la iglesia y a la fiesta. Cómo habrá sido la culpa que me dio que me invitara, siendo que —pienso que esto me pasaba internamente— de haber sido mi casamiento, yo no lo hubiera invitado, que acepté incluso ir a la
iglesia. No sé si tenía más miedo yo o ella, pero fui. Salí ileso. Creo.
Pero todo el asunto venía después. La iglesia es algo que, más allá de lo que pueda pensar dios, no sé qué será, pagan los novios, no los invitados. Con las ceremonias es igual, en general. Pero no siempre.
Para ir a la ceremonia, digámoslo como es, había que pagar. El invitado tenía que pagarse el cubierto. De la época, unos 50 mangos, si mal no recuerdo... Fue, de nuevo, la culpa la que me hizo aceptar, contra todo ronóstico y principio.
Íbamos con dos o tres compañeros de oficina más, y de alguna manera, a la vez que devolvíamos el favor de que alguien se interesa por nuestra presencia en algún lado, podíamos llegar a divertirnos. Aún cuando nos pareciera bastante peculiar, por no decir berreta, que nos hicieran pagar. Pero no habría sido tanto eso.
El lugar quedaba en Belgrano y Pasco, por ahí. Era, para decirlo sencillamente, un restaurante de puertas cerradas, que con buena intención y tristes resultados, tenía un escenario mínimo, con algunas luces, y un poco de sonido, y varias mesas, dispuestas en grupos.
El tema de los grupos era importante. Más que eso, era clave: dado que el lugar podía ser más grande que la cantidad de invitados a tu casamiento, ellos se tomaban la libertad, comercialmente concebida, de meter en el salón más de una ceremonia.
Fue así que festejamos ese casamiento con una familia cuya abuela cumplía muchos años, una familia con algún familiar que se iba a vivir al exterior, y un cumpleaños. Porque en la variedad está el gusto, sépanlo.
Así es que pagamos, y fuimos a ese lugar raro, y compartimos el salón, y las luces, y la música, y el presentador, y algunas otras coas, con varios desconocidos.
Y en un momento, en el momento más ¿alto? de la noche, (esto es, después del imitador y algunos músicos de quiensabequé estilo) el hermano del novio, que ya era esposo, subió a cantarles una canción a los homenajeados. Una canción de Diego Torres. El tono de la canción era tan inapropiado (un señor le cantaba a una chica que lo había dejado, diciéndole por qué nunca iba a olvidarla) que no pudimos ni siquiera prestar atención a lo mal que cantaba el hermano.
No sé cómo terminó la ceremonia, creo que después de eso, habrá sido todo aprovechar lo pagado entrándole a la bebida...
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