Historias que no llevan a ningún lado: Vómito

Vómito

Era la prima de un amigo. Iba al mismo colegio que nosotros, y era dos años más chica que nosotros.
Tenía un grupo de amigas que tenían algunos exponenetes interesantes, y uno en particular que se destacaba. Y estaba ella, que también se destacaba.

Esos eran días de muchas fiestas. Literalmente. En esas épocas, todo eran recitales, fueran propios o de bandas amigas o que nos gustaran, y fiestas. Siempre fuimos más de fiestas en casas que de boliches o salidas. Salíamos, no es que no saliéramos, pero en general, las casas de uno u otro se vaciaban, o no, pero podían usarse para fiestear. Fiestas, a los 15/17 años, son siempre el mismo compendio de hormonas, alcohol, alguna droga blanda, algún zarpado con alguna porquería más pesada, y mucha buena onda y respeto. Al menos en nuestras fiestas. Eventualmente venía la polícia, pero sólo porque los noventas fueron así, con una cierta ligereza y laxitud en cuanto a cuestiones de aprietes policiales. Todavía podían llevarte por averiguación de antecedentes...

Todos íbamos a todas las fiestas, era un poco así el asunto. Las fiestas sucedían más bien siempre en los mismos lugares, siendo las del Chino las mejores, por lejos. El Chino era compañero de el Tortuga, nuestro amigo, el primo de la chica en cuestión, que se destacaba en su grupo.

El grupo era más chico que nosotros, en edad, de modo que nosotros teníamos cierta atracción morbosa por chicas dos años menores, y ellas, lo mismo por nuestros dos años más, y el detalle de estar en quinto. Algunos sabían sacar buen provecho de esta situación. Y también estábamos los de siempre, que no.

Y la piba era buena, esto hay que decirlo. Era buena porque, estoicamente, toleraba muchas cosas, y a la larga, siempre era buena con nosotros. Dirán algunos que no le quedaba otra. Tendrán razón, tal vez, pero eso no importa: al final era buena con nosotros, eso importa.

Importa eso, y no lo otro, porque durante mucho tiempo ella toleró, estoicamente, saber un secreto a voces: pese a que tuviera un nombre, que no recuerdo, nosotros -ellos, todos- le decíamos Vómito. Tenía algún otro apodo, más apropiado a las ocasiones más sociales, o al menos cuando ella estaba presente; y hasta tenía un nombre que a veces usábamos: no recuerdo ninguno de los dos. Pero nosotros, todo el mundo, le decíamos, siempre, entre nosotros, vómito.

Cuesta pensarlo, cuesta escribirlo, cuesta entenderlo, pero así era. Para nosotros, era vómito.

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