Historias que no llevan a ningún lado: On a nista

On a nista

Cinco de la tarde, barrio de Balvanera, algún interno de la línea cuarenta y uno, que no es tan gauchito como otros, pero se deja tomar. Estoy sentado en la parte de atrás del colectivo, que no va ni lleno ni vacío, sea lo que sea que eso signifique. En un asiento de dos. A mí lado una chica que no es ni linda ni fea, sea lo que sea que eso signifique. Auriculares, como siempre, y mirando por la ventana sin ver realmente, esperando que llegue mi parada, con los pensamientos quién sabe dónde.

Del lado de la ventanilla va la chica, pero yo miro por la ventana igual, canchero, como si no me importara nada (Ester Píscore). El colectivo para en el semáforo. al lado del colectivo para un auto rojo, que se posa, de manera involuntaria para ambos, en mi mirada.

El joven que maneja, un muchacho de unos quién sabe cuántos, pasados los treinta diría yo, porque hablar es gratis, sube primero la ventanilla del conductor, y un segundo después, la del acompañante, aunque viaja solo. Los vidrios son polarizados, pero, culpa de el sol, o tal vez de un tintado barato (Dios castiga al pijotero, nunca lo olviden) o de quién sabe qué, se ve dentro del auto perfectamente.

Una vez asegurado el ambiente, cuestión que no ha llevado más de cinco segundos, el joven hace un movimiento rápido y certero, que parece ser el desabroche de unos botones. Los de su pantalón. Acto seguido, toma el diario.

Sí, el diario, que estaba en el asiento del acompañante. (mi mirada sigue donde estuviera, pero ahora presto un poco más de atención, motivado por el movimiento del individuo). Toma, como decía, el diario, busca rápidamente una página, en la cual no veo nada más que lo que uno podría esperar ver en un diario, y lo apoya sobre el volante.

Acto seguido, arroja con vierta violencia el periódico hacia su lugar original, desliza su mano por debajo de la remera en dirección a la zona anteriormente mencionada, y sacude. Dicho movimiento es acompasado, rápido, frenético, y apasionado. Revoleo la mirada un segundo, pero noto que nadie más está mirando.

El muchacho continúa con el castigo unos segundos más, sin aumentar ni disminuir el ritmo, hasta que, evidentemente, el semáforo cambia de color. Aparta la mano del asunto un segundo, pone primero, y vuelve la mano a su posición original, justo cuando el auto empieza a moverse.

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