No pude.
Había estudiado, suficiente creo.
Me levanté temprano, más temprano de lo necesario. Llegué temprano.
Para empezar, miré mal, y terminé en le piso equivocado. La sra. de los problemas con el alcohol tuvo que ayudarme. ¿no es algo eso?
Bajé al piso correcto y la profesora no había llegado, pese a que eran ya más de diez pasadas de las ocho.
Cinco minutos después, llegó.
Quince minutos tarde llegó.
Y yo, que miraba a un compañero que me hacía una seña en la distancia, me crucé de golpe con su cara; y ella con la mía. Y ambos, sorprendidos –y no para bien– dijimos algo y nos dimos un beso de oficio.
Estaba yo sólo, esto debo decirlo.
Adentro, cuatro profesores; afuera, yo solo.
Y nunca salieron. Ni a pedirme la libreta o documento, ni a decirme que esperara, ni a preguntar si iba a rendir, ni… ni salieron.
Bueno, en realidad, sí salieron.
Una vez salió el profesor, el único hombre de la mesa, a contestar un mensaje.
Y salió después una profe para ir al baño.
Y salió otra profe al ver que el señor de la cafetería pasaba de largo por su aula sin tomarle el pedido.
Y después de setenta minutos de estar ahí, decidí que no quería, o no podía, o ambas.
Hacía un rato largo que pensaba que qué estaba pasando, y qué feo estar solo, y que podía irme mal, y que cómo no iban a haberse dado cuenta de que yo iba a rendir, y que qué caso tenía si no quedarse ahí adentro, para eso se hubieran ido, pero si sabían entonces que yo iba a rendir, ¿por qué no me llamaban?
Y entonces, ya no había ninguna posibilidad de que me fuera bien, así que me fui.
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